DIECISIETE BALAS

Diecisiete balas, diecisiete vidas truncadas en el momento mas inoportuno. Estas mujeres querían vivir, todas tenían sus ilusiones, sus anhelos, todas eran madres, tenían hijos pequeños, niños de teta y de cuatro, de seis, de quince años. Estos hijos se vieron obligados a mendigar en la calle, a vivir con familias que no eran las suyas, muchos de ellos murieron también, sus madres les fueron arrebatadas, estas diecisiete balas cercenaron sus vidas.
Uno de ellos me dijo que, cuando su madre estaba presa, el iba todos los días a verla y que ella, no se sabía como, como por arte de magia, todos los días le tenía preparada una torta de aceite de las de Inés Rosales para que se la comiera. El niño en cuestión tenía entonces cuatro años, un día lo llevaron a ver a su madre y ella ya no estaba, aquella mañana la habían montado en un camión junto con dieciséis de sus vecinas y las condujeron hasta el cementerio de Gerena para, de la forma mas cruel e inhumana, quitarles la vida.
Eso niño tiene hoy ochenta años y aun llora cuando recuerda aquello, aun busca desesperamente aquello que vosotras le quitasteis, sueña con encontrar los huesos de su madre y llevárselos a su casa, para venerarlos, "bastante tiempo ha estado por ahí rodando, la pobrecita" y se le caen dos lagrimones que no son otra cosa que la expresión de un dolor indescriptible, soportado durante toda la vida.
El daño que causasteis es irreparable. Quizás aparezcan los restos, quizás se le puedan dar una sepultura digna y, en alguna medida, aquella injusticia pueda ser reparada. Pero el dolor y el desequilibrio que causó aquella injusticia es irreparable.
Cuando hoy os contemplo aquí, en la quietud de este campo santo,veo escenas de gran violencia , dolor y miedo que ocurrieron hace muchos años en este lugar y veo a esas diecisiete mujeres, completamente desvalidas, en manos de sus ejecutores. Una de ellas estaba embarazada pero nunca tuvo la dicha de dar a luz , conocer y criar a su hijo. Ese hijo, al igual que ella, nunca tuvo la oportunidad de vivir.
Diecisiete balas malditas que habéis pervivido en el tiempo como prueba irrefutable de que aquello ocurrió, podréis decir en vuestro descargo que vosotras no sois mas que objetos, que no sois responsables de haber sido utilizadas por manos que aun hoy y por toda la eternidad siguen manchadas de sangre. Y tendríais razón al decirme eso. Pero eso no quita que, al contemplaros, me evoquéis tanto horror.