lunes, 4 de mayo de 2009
Luque se la juega en el último y le corta la oreja
Sevilla, miércoles 29 de abril de 2009. Lleno. 5 toros de El Puerto de San Lorenzo -Ventana del Puerto (incluso el sobrero), mansos, descastados, rajados y sin remate. 1 toro de Gavira, bien presentado, manso, descastado y rajado. Manuel Jesús Cid, el Cid, silencio en ambos. Sebastián Castella, ovación y silencio. Daniel Luque, silencio y oreja.
Tuvimos que esperar tres horas para que, al fin, viésemos triunfar a un torero con ilusión, más allá de las cuatro cartas tiradas ante el descaste infinito de una vacada que de brava no tiene absolutamente nada. Un torero que, decidido a que no se le fuera la tarde, se la jugó frente a un nuevo manso, más peligroso que muchos de sus compañeros, frente al que no dudó ni un ápice, le mostró los muslos y se pasó los pitones a escasos milímetros de las femorales en una y otra pasada. Sin duda lo habrán dicho, o lo habrán oído, muchas veces: Cuando el toro no transmite el torero tiene que hacerlo; cuando el bicho no pone, el diestro ha de poner toda la carne en el asador. Pues eso, ni más, ni mucho menos, es lo que ha hecho hoy el joven torero de Gerena: Daniel Luque.
Luque, se las vio con Ventisquita en prima instancia. Un bicho mular, rajado y manso, negro y tocado, que pesó 550 kilos. El toro que había salido distraído, parado y soso de chiqueros, se fue a los mismos cambiado el tercio de garapullos. Desde la primera tanda se vio como se escupía de las suertes, para salir suelto, y para pararse en los medios, sin terminar de aceptar los pases. No lo dudó mucho: “A tablas”, se dijo, y a tablas se fue. Allí, con algún peligro contra querencia, más fácil a favor, siguió Luque intentándolo, sin sacar nada en claro; el toro volvería a rajarse una y otra vez, con peligro cierto e incierto. Una entera, pero por el chaleco, y un desastre con el verduguillo –hasta 17 descabellos- le hicieron escuchar un aviso. Cambió el panorama en el que cerró plaza, un toro de mote Carretillo, que no demostró esa condición, sino la de la mansedumbre, descaste, peligro e incertidumbre, con 542 kilos pero sin cuajo, negro y tocado. Y en los medios, donde más pesan los toros mansos, se lo pasó Luque arriesgando muchísimo, muy firme, aguantando coladas, ceñidas, miradas e incertidumbres y obligándole a embestir aunque no fueran más que unos pocos centímetros cada vez. Sus comienzos fueron más sosos, distraído, con la cara alta, embistiendo al paso, para pararse y continuar peor, como hemos dicho. Vimos un precioso pase –casi un kikirikí- de Luque, que le obligó a tomar el trapo, y al final, pasándose los pitones por donde los toreros machos, sacó una faena donde no la había, a base de coraje, de tesón, de valor sin límite; algunas veces parecía inconcebible que el toro no le cogiese, de veras. Y cuando la gente –y la música… que tiene unos días que para qué- ya estaba en la faena, fue por la espada y perfilado entre ambas puntas, dejó una estocada entera, algo contraria por atracarse, con gran estilo, para ver como doblaba el buey en tablas a la segunda, tras levantarlo el de la puntilla. Oreja de ley.
En definitiva…, después de tres horas vimos torear, si no de forma preciosista, artística, sí con la verdad, el honor y el pundonor por delante, con la grandeza de la honestidad y la ética del toreo eterno: poder a un toro, arriesgar la vida en la lid, jugar con al muerte.
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