sábado, 13 de diciembre de 2008

UNA CONSULTA AL ORÁCULO VIII (Relato por entregas de Antonio Pavón)


8
Sigo parado en la esquina. En el centro de la plazoleta hay un pedestal coronado por una cruz de hierro y cercado por una verja baja, entre cuyos barrotes sobresale la hierba que crece en el interior.

Desde donde estoy, puedo ver el azulejo que decora una de las caras del pedestal. Un joven con una túnica corta de color carmesí y una aureola pajiza lleva sus hombros un cordero sujeto por las patas. En el costado le cuelga un zurrón.

Luego miro a la izquierda y observo, por encima de los tejados de caballetes ondulados, la espadaña de una capilla.

Este edificio de muros reforzados por contrafuertes fue una sinagoga, cristianizada más tarde y puesta bajo la advocación del Buen Pastor. La capilla, sin embargo, no está situada en la plazoleta del mismo nombre, sino en una calleja cercana llamada de Tundidores.

La casa a la que me dirijo, está en frente de mí. Desde fuera no se aprecia el más leve rastro de luz.

La aldaba está envuelta en un trapo, de forma que cuando llamo produce un sonido apagado.

Al momento percibí algo de claridad a través de los resquicios de la puerta.

Faustina tiene el pelo blanco y está tan encorvada que apenas puede levantar la cabeza. Así pues, no me mira ni tampoco me invita a entrar.

Vive sola. Por la noche se queda con ella su nieta Luisa, que es con quien he hablado por teléfono.

Le pregunto a la anciana por su nieta, pero no sabe dónde está ni cuándo vendrá.

Aunque no hace frío, Faustina se arrebuja en su toquilla negra. Luego mete la mano en un bolsillo del delantal y saca una llave que me alarga.

La cojo y permanezco ante el umbral. Sólo cuando ella cierra la puerta y echa el cerrojo, doy media vuelta y me alejo.

(Continuará)


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