Los dorados amentos de la encina
refulgen sobre el oscuro follaje,
como temblorosos puntos de anclaje
que atraen la mirada con sordina.
En la gozosa quietud vespertina,
como caireles de un hermoso traje,
ponen notas de luz en el aguaje
de la arboleda solemne y cetrina.
Este efímero esquilmo que engalana
la adustez de la encina centenaria
—titilante joyel que se desgrana
con una prontitud estrafalaria—,
es la fuente cabal de donde mana
la eternidad con fuerza extraordinaria.
refulgen sobre el oscuro follaje,
como temblorosos puntos de anclaje
que atraen la mirada con sordina.
En la gozosa quietud vespertina,
como caireles de un hermoso traje,
ponen notas de luz en el aguaje
de la arboleda solemne y cetrina.
Este efímero esquilmo que engalana
la adustez de la encina centenaria
—titilante joyel que se desgrana
con una prontitud estrafalaria—,
es la fuente cabal de donde mana
la eternidad con fuerza extraordinaria.
Antonio Pavón Leal
de "Sonetario"
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