Horacio Gutierrez Vecino
Recuerdos de Infancia


En cuanto al trigo ya lo sabías de antemano, estaba el Servicio Nacional del Trigo, que te controlaba las “fanegas” que sembrabas y el precio ya venía establecido, pero en cuanto al maíz, los garbanzos, el algodón, las aceitunas, era todo una incógnita. Solo rezar para que el intermediario fuera honrado y pagara lo justo y a tiempo.
En fin, que no pude tener el deseado “Fuerte” y bien que lo entiendo ahora. Pero bueno, siempre he oído decir aquello de “Hace más el que quiere, que el que puede” y partiendo de ahí, me lo ingenié y me puse manos a la obra. Le pedí una caja a Manuel el Pescadero, una de aquellas donde traían el pescado, que estaban hechas con tablas muy finas, fácil de cortar y clavar. Así que con paciencia, un serrucho, un martillo, unas tenazas y “saetines”, me lo fabriqué en un periquete y bien contento y satisfecho que estaba de mi obra.

Las horas que yo pasaba jugando, con mi, “Fuerte Apache” eran maravillosas é interminables.
Pero me quedaba un problema por solucionar. Solo contaba con un caballo y su jinete que me había comprado mi Madre en Sevilla, un par de indios de a pié y un negro con un cuerno de elefante sobre la cabeza. Este evidentemente no se correspondía en nada con el escenario, pero eso era problema menor, la imaginación tiene un poder maravilloso, y a través de ella, yo le buscaba el sitio idóneo.
Aquellos inolvidables “muñecos” estaban fabricados de una especie de goma dura, creo que el plástico aún estaba inventándose allá por la América del Norte.
Los carromatos me los fabricaba yo mismo con latas de atún, a las que atravesaba a través de dos agujeros paralelos por uno de los extremos, dos trozos de alambre rígido que hacían de varales, las ruedas me las agenciaba en la carpintería de mi Tío Cascales, entre los restos de recortes, ruedas que no siempre eran del mismo tamaño.

No fue ningún timo ni enredo por mi parte, solo utilicé esa vena de comerciante a la que antes aludía. Y así fue como le propuse cambiarle algunos “indios y vaqueros” por lo que yo tenía, que eran canicas de barro y cristal. El trato fue llevado a cabo, y yo pude formar un reparto de personajes para darle vida a mi “Fuerte”.

“Sofía… ¿donde está tu Horacio?, aquí le traigo “sus bolas” con las que ha engañado a mi Fernando que no deja de llorar por sus indios, ¡¡No es nadie tu Horacio!! Y mi pobre Fernando, llora que llora”.
Debo decir que todo esto ocurría sin ninguna acritud por parte de su madre y la mía, la relación era excelente.

Luego era yo el que lloraba por tener que devolver algo que me había ganado lícitamente y que había saciado mi gran deseo, aunque fuera solo por unos días.
Mi primo Fernando sigue siendo uno de los tíos más cariñosos que yo he conocido
Horacio Gutierrez Vecino
de su libro inédito Revisión Infancia
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