lunes, 5 de mayo de 2008

FORT APACHE

Horacio Gutierrez Vecino
Recuerdos de Infancia
Unas de mis frustraciones de pequeño, fue la de tener un “Fuerte”, el clásico fortín de soldados del Oeste, siempre lo pedía para Reyes y cuando iba a Sevilla con mi Madre. Pero una y otra vez cuando creía que lo conseguiría, primaba mas la compra de otras necesidades, como eran los clásicos zapatos “Gorila” que aunque fuertes y duros como su nombre, yo debía destriparlos con más rapidez que otros. Mi Madre me lo recuerda, que en más de una ocasión tuvo la intención de comprármelo, pero a la hora de hacerlo y le decían el precio, lo dejaba aparcado, pues esos veintitantos duros que valía las cuatro tablitas, le parecía un disparate. Y más a ella que no le entraba ningún sueldo, que estaba siempre a expensas del “tiempo”.
Lo he dicho ya, mi padre era agricultor, y no había nada más incierto, que el resultado de una cosecha, que siempre dependía, de si llovía demasiado, a tiempo, o por el contrario no lo hacía. Además, algo de mucha importancia, había que estar sujeto a la supuesta honradez del mediador o “buitre” que te tocaba a la hora de vender la cosecha.
En cuanto al trigo ya lo sabías de antemano, estaba el Servicio Nacional del Trigo, que te controlaba las “fanegas” que sembrabas y el precio ya venía establecido, pero en cuanto al maíz, los garbanzos, el algodón, las aceitunas, era todo una incógnita. Solo rezar para que el intermediario fuera honrado y pagara lo justo y a tiempo.
En fin, que no pude tener el deseado “Fuerte” y bien que lo entiendo ahora. Pero bueno, siempre he oído decir aquello de “Hace más el que quiere, que el que puede” y partiendo de ahí, me lo ingenié y me puse manos a la obra. Le pedí una caja a Manuel el Pescadero, una de aquellas donde traían el pescado, que estaban hechas con tablas muy finas, fácil de cortar y clavar. Así que con paciencia, un serrucho, un martillo, unas tenazas y “saetines”, me lo fabriqué en un periquete y bien contento y satisfecho que estaba de mi obra.
Currito el de Zamarreo, amigo de infancia, bien que me decía si le podía hacer uno igual.
Las horas que yo pasaba jugando, con mi, “Fuerte Apache” eran maravillosas é interminables.
Pero me quedaba un problema por solucionar. Solo contaba con un caballo y su jinete que me había comprado mi Madre en Sevilla, un par de indios de a pié y un negro con un cuerno de elefante sobre la cabeza. Este evidentemente no se correspondía en nada con el escenario, pero eso era problema menor, la imaginación tiene un poder maravilloso, y a través de ella, yo le buscaba el sitio idóneo.
Aquellos inolvidables “muñecos” estaban fabricados de una especie de goma dura, creo que el plástico aún estaba inventándose allá por la América del Norte.
Los carromatos me los fabricaba yo mismo con latas de atún, a las que atravesaba a través de dos agujeros paralelos por uno de los extremos, dos trozos de alambre rígido que hacían de varales, las ruedas me las agenciaba en la carpintería de mi Tío Cascales, entre los restos de recortes, ruedas que no siempre eran del mismo tamaño.
Mi primo Fernando, primo por lo menos, tercero, ya que su abuela era sobrina de mi “Abuela Asunción” y madrina de mi Madre, aunque para mí el grado de parentesco carecía de importancia. Para mí todos los primos eran de mi familia y mi primo Fernando más. Mi querido primo había tenido una de esas enfermedades de infancia que por criterio del médico tuvo que permanecer en reposo algún tiempo, y su madre “Antoñita la de las telas”, conocida así por vender cortes y retales textiles por las casas. Por esa razón, iba con frecuencia a Sevilla a avituallarse de género, trayéndole en más de una ocasión lo que a mí me faltaba, es decir, vaqueros y soldados en número suficiente para formar por lo menos una compañía, y de indios, toda una tribu, todo ello con sus correspondientes caballos. Es fácil entender que pasara muchos ratos jugando con él, y de camino le entretenía.
No fue ningún timo ni enredo por mi parte, solo utilicé esa vena de comerciante a la que antes aludía. Y así fue como le propuse cambiarle algunos “indios y vaqueros” por lo que yo tenía, que eran canicas de barro y cristal. El trato fue llevado a cabo, y yo pude formar un reparto de personajes para darle vida a mi “Fuerte”.
En aquel momento era el niño más feliz y realizado que podía existir, pero, las alegrías en casa del pobre duran poco. Pasado unos días, llegó mi prima “Antoñita” a mi casa y ya desde la puerta comenzó:
“Sofía… ¿donde está tu Horacio?, aquí le traigo “sus bolas” con las que ha engañado a mi Fernando que no deja de llorar por sus indios, ¡¡No es nadie tu Horacio!! Y mi pobre Fernando, llora que llora”.
Debo decir que todo esto ocurría sin ninguna acritud por parte de su madre y la mía, la relación era excelente.

Luego era yo el que lloraba por tener que devolver algo que me había ganado lícitamente y que había saciado mi gran deseo, aunque fuera solo por unos días.
Mi primo Fernando sigue siendo uno de los tíos más cariñosos que yo he conocido

Horacio Gutierrez Vecino

de su libro inédito Revisión Infancia

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